En estas entradas vamos a ver la relación que se da entre la escucha y el discernimiento. La relación es estrecha puesto que ambas se requieren mutuamente, y de la relación que se dé entre ambas tendrá lugar una buena o una mala apertura a la persona que tenemos delante.
Porque la escucha siempre supone apertura. A las personas, a los hechos.
Lo que vamos a ver en esta entrada es que la escucha es el paso previo, e imprescindible, del discernimiento. Si la escucha no se da, no es posible discernir.
Ayer estuve con una persona, muy querida, que no escucha.
Esto supone que ella habla, y habla, y habla. Al hablar se convence más y más de su planteamiento. Y cuando dices algo que no sea “ajá” o “tienes razón”, cuando dices algo que supone una discrepancia de lo que ella ha dicho, ella sigue hablando por encima. Es un modo bastante eficaz de no escuchar. Es un modo bastante útil de imponer lo tuyo. Compruebas que esto es así una y otra vez.
Lo de “muy querida” que decía arriba, lo digo porque cuando estamos con quien sea hemos de intentar no engañarnos, bajo el paraguas de que la queremos, encubriendo lo que no hace bien. A veces no se puede cambiar (nadie cambia hasta que la persona toma conciencia de ello, en primer lugar, y se dispone al cambio de modos concretos, en segundo lugar). Pero siempre tenemos que hacernos cargo de lo nuestro: hacernos cargo de lo nuestro supone, aquí, asumir que no vamos a ser escuchadas, y que si estamos con esta persona es porque la queremos, o por otros motivos que también se dan, y no confiando en que esta vez me escuche. Si no puede, si no quiere, no lo va a hacer, y me voy a desgastar, frustrar y todo lo que viene detrás, pretendiéndolo.
Como ves, aquí que hay poca escucha, cabe poco discernimiento. El de la otra persona, que en tu pequeña intervención discrepante ha visto que dices lo que no quiere oír, y ha pasado por encima con su chorro de palabras. El tuyo, que al no ser escuchada constata, quizá una vez más, que esta persona no escucha. Disciernes, quizá después de muchas ocasiones, que estás con ella por diversos motivos quizá superiores a la escucha, pero que esto no lo puedes esperar. Este es un discernimiento sencillo pero útil. El que comprueba dónde se sitúa la otra persona, y obra en consecuencia. El que reconoce qué se va a dar aquí y qué no se va a dar, y no espera lo que no puede ser. Discernimiento sencillo, sin duda. Y también, ajustado a la realidad, y útil para situarse ante ella sin perder la perspectiva de qué es lo que importa en primer lugar (en este caso, el amor a la persona u otros aspectos que puedan darse) y qué es lo que no (que te escuchen o que puedas afirmar o validar tu planteamiento, en este caso).
Es un discernimiento sencillo, decía. Pero también compruebas que requiere mucho rodaje. Si has leído con apertura, seguro que constatas que este modo de reaccionar no es lo primero que te sale, ¿verdad? Durante mucho tiempo buscamos imponer nuestro criterio al hecho de estar con esta persona, o nos enfadamos porque “contigo no se puede hablar”, o nos lamentamos porque “nadie me escucha”… según la forma del ego que se manifieste en mí.
Imagen: Markus Winkler, Unsplash
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