Seguro que este verano, en algún momento, has necesitado que alguien te acompañara.
Cuando tu hijo ingresó en urgencias. Al final resultó ser solo un susto, pero en ese momento, o después, te hubiera gustado tener a alguien con quien llorar, alguien que te diera esperanza, o perspectiva, puesto que tú no veías nada.
Cuando te ha venido esa sensación recurrente de no saber qué pintas aquí. “Aquí” puede ser en tu familia, o en la playa abarrotada, en tu ciudad tan ruidosa o en tu pueblo donde no tienes ningún amigo de verdad.
Cuando solo has podido encontrar un contrato de seis días, con lo que necesitas el trabajo. Y aún tienes que escuchar lo contenta que está la gente de no trabajar. Que lo entiendes, pero, ¡…!
Cuando te preguntas qué pintas aquí, en el mundo, porque nada de lo tuyo parece servir a nadie y nada de lo que te rodea es lo que necesitas.
En todas estas ocasiones, estaría bien tener un acompañante a nuestro lado. Ojalá creas en Dios, que siempre está (a veces tenemos que aprender a reconocer su presencia, que de tan cercana, no se percibe). Ojalá puedas ver que Dios te ha puesto a personas que te acompañan: puede ser ese mismo hijo que ingresó en urgencias, y que agradece lo que le das, que mira de otro modo que tú. Puede ser una persona, casi desconocida, que parece comprenderte, o que te comprende y nombra eso que tú no sabes llegar a decir.
Puede ser esta persona, cercana o lejana, que confía y te llama a confiar, y no dice palabras, sino que ve de otra manera.
Puede ser una conversación que da sentido a tu desesperanza, a tu sinsentido, a esa tristeza que parecía no irse con nada…
Esto es lo que hacen los acompañantes. No siempre tienen la forma “oficial” de la que solemos hablar aquí. Dios, aunque quizá se hace en nuestra vida tan discreto que no lo reconocemos, que no podemos creer en él, viene a acariciarnos, a sonreírnos, a sostenernos cuando vamos a caer, y nos permite seguir adelante.
Otras veces no es tan límite la cosa, y a través de un encuentro se te ofrece un camino nuevo, no solo para que no te hundas, sino de esos que te permiten ampliar la mirada, que te insuflan ánimo, que te llevan a crecer. De escuchar a esa parte de ti que cree en las personas, que quiere ser de las personas que suman, que elige construir y aportar aunque parezca que son tan pocos los que lo hacen.
¿Qué es lo que te quiero decir con esto? Que estamos acompañadas, acompañados, aunque muchas veces no lo reconozcamos. Que cuando lo somos, nos hace bien. Que esas ocasiones en que lo experimentamos como regalo no son las únicas en que lo podemos encontrar, sino que esas nos hablan de que tendríamos que buscarlo en muchas otras, esas en las que no sabemos qué nos vendría bien, en las que ni tenemos presente el valor que tiene una palabra…
Puede que no sea tu momento. Si es así, no toca, y ya está. Pero puede que sí. Hoy es un día tan bueno como los demás.
Puedes descargarte el audio aquí.
Imagen: Jan Canty, Unsplash
Deja una respuesta