Escucho mucho decir que “este va a ser un invierno duro”. Podemos entender por qué, con tantas noticias cercanas sobre la inflación, la guerra, tantas noticias de violencia, la sequía y el cambio climático… Se puede entender. A la vez, a cada uno de nosotros, este tipo de noticias nos cae de una manera particular según las experiencias que hemos vivido en el pasado, que nos influyen a la hora de vivir el presente. En mi caso, la experiencia a la que asocio esta frase es la de escuchar cada año, en la comida de primero de año que este que empezaba ( 1973, 1974, 75… ¡así cada uno desde que recuerdo!) iba a ser un año muy duro, un año muy difícil… Durante muchos años, cómo no, me lo creí. No tienes otras referencias que las de tus mayores y de primeras tiendes a darlas por buenas. Luego empecé a caer en la cuenta de que lo escuchaba todos los años y de que la predicción agorera nunca se cumplía. No porque las cosas siempre fueran fáciles o porque nunca pasara nada sino porque lo que vives trae otras cosas y no solo ese cartel de “amenaza” o de “dificultad” o de “temor” que me habían vendido. Así que dejé de creerlo. Dejé de creerles.
En esas palabras que se seguían diciendo, que se repetían a lo largo del año también, empecé a oír otras cosas como una predisposición mágica a que, por el hecho de reconocerlas con temor, las cosas no fueran así… o el placer que podían encontrar en repetirse esto cada año con cara de sufrimiento, desde una cierta esclavitud de la que no eran conscientes. A medida que me fui distanciando, ese mensaje tantas veces repetido me fue produciendo una suave ironía que ha venido acompañada, con los años, de un vigoroso, y divertido, sentimiento en respuesta: el deseo de afrontar lo que venga y crecer con ello, porque la vida no viene a romper nuestros planes ni a machacarnos, sino que viene a decirnos una palabra -a veces dura, a veces dolorosa, y otras dichosa, desconcertante o discreta- con la que podemos crecer. Yo he recibido la bendición inaudita de creer en Dios, y por ello en todas las cosas que suceden se me ha ido dando reconocer su mano amorosa que saca vida de todas las circunstancias. Especialmente, de aquellas que nos hablan de muerte.
Por eso ahora, cuando escucho decir que va a ser un invierno duro, la pregunta que me interpela es la de cuántas personas se sacuden ese temor, viscoso como la brea, al hacer estas afirmaciones. Cuántas personas se abren a la palabra con que la vida les va a hacer crecer, cuántas personas tendrán la inmensa fortuna de volver a contar con Dios del que se habían olvidado, y descubrirán, en esta circunstancia que se les presentaba tan oscura una ocasión para abrirse a más vida. Vida diferente, pero vida. Dice el libro del Apocalipsis que en todas las cosas malas que les pasaban a las personas, Dios les mostraba una ocasión de arrepentirse y volverse a él (¡hay tanto de que arrepentirnos en nuestro modo de mirar marcado tantas veces por la soberbia o por el miedo o por las expectativas ilusorias!).
Cuando escucho que este va a ser un invierno duro, deseo que dejemos ese infantilismo tantas veces escuchado en nuestros entornos y que habitemos nuestra mayoría de edad, nuestra dignidad, nuestra capacidad de hacernos cargo de la propia vida y nos dispongamos a enfrentar lo que nos toca como propio y lo que nos toca en relación a otros. Es curioso que los que más tienen que temer no gastan energía en quejarse. Deseo que nos abramos a responder a está situación vital que es la nuestra. Dios está a nuestro lado dándonos vida, y podemos elegir hacer como él. Así cambian las cosas. Así experimentamos una vida que se puede llamar vida.
Puedes descargarte el audio aquí.
Imagen: Aleksandra Sapoznikova, Unsplash
¡Cuánta potencia en tu comentario!
Mil gracias, Teresa.
¡Que sirva, Roberto! ¡Muchas gracias!