En estas entradas vamos a hablar de aprender a vivir, y vamos a hablar de ello en clave de proceso. “Para aprender a vivir, hace falta toda una vida”, dicen que decía Séneca. Por eso, todas las ocasiones, tan numerosas a lo largo del día, de la semana, del mes, del año, de los años en que suceden cosas, son materia de vida, materia para aprender a vivir, para reaprender, para seguir aprendiendo… ¡en lo que hemos vivido tenemos, a la hora de aprender un tesoro más grande que los de la cueva de Alí Babá!
César ha vivido, durante mucho tiempo, como la mayoría. Con sus complejos –que si apabulla a la gente con su intensidad, que si es distinto y no encaja-, con sus heridas –en su caso, haber sido poco atendido por unos padres que trabajaban demasiado y haberse tenido que buscar la vida demasiado pronto-, con la incomodidad sorda que le han producido tantas situaciones en las que vivía mal ubicado: desde el ajustarse a las demandas o a las expectativas de los demás, desde el no ser demasiado ni anularse completamente, etc. Se trataba a sí mismo, ahora lo ve, como si fuera un trozo de plastilina que se ajusta al uso de los demás.
Ahora eso ha cambiado. Desde hace algún tiempo, César reconoce en sí mismo la fuerza para ser él. No se compara, no se impone, no se rebaja, no se preocupa de la impresión que da. Es él, y se siente mucho más abierto a lo que pasa, y más capaz de responder a ello. Si le preguntas qué ha pasado, César te dirá que la razón ha sido que Dios le ha abierto los ojos, y ahora ve mejor, ve las cosas como son (un poco más como son). Antes de que esto se diera, habían pasado otras cosas: su modo de plantearse la vida se le hizo intolerable, imposible, invivible. Haces lo que quieren los demás, y estás mal. Piensas en ser tú, y te mueres de miedo porque no sabes serlo y además, te dejarán solo. Veía que así no podía seguir, pero no sabía cómo ir adelante. Gritó a Dios que le ayudara, y empezó a notar que cambiaban las cosas
Otras veces el proceso transcurre de otra manera. Te desesperas porque no puedes vivir siendo quien eres, y no quieres vivir ya siendo el que quieren los demás. Muchas veces hay un punto de ruptura: alguien que te exige que seas como no eres, lo que te obliga a romper con esa imagen que te constriñe y te impulsa a dejar atrás ese modo que pesaba tanto y empezar a ser desde ti, que con toda la inseguridad que te dé (no en vano has rechazado durante años ser tú mismo), es el camino que queda, y luego resulta ser muy bueno.
De nuevo, volvemos sobre las experiencias vividas en relación a este proceso de aprender a vivir. En este caso, nos fijamos en ese punto sin el cual no aprendes a vivir que es que seas tú mismo, tú misma, quien viva tu vida. No podemos aprender a vivir como quien aprende los pasos de un baile que todos han de realizar del mismo modo. Aprendes a vivir descubriendo cuál es el modo personal en que tú vas a realizar esos pasos, saltándote algunos o inventándote otros, de manera que lo común se mantenga –es un baile-, y aprendiendo a realizarlo de modo propio –tu baile, único, personal, y por eso mismo, regalo para todos-.
Todos empezamos en la vida aprendiendo de otros: nos fijamos en otros para hablar, para caminar, para comer, para alegrarnos o para ponernos tristes. Este aprendizaje, que dura tantos años y se hace tan nuestro que nos parece propio, nos lo tenemos que sacudir después cuando vemos que ese modo aprendido nos desagrada, que no nos sirve, que crea cortocircuitos con esas cosas que hemos aprendido a reconocer de verdad nuestras. Este reconocimiento produce una incomodidad, una insatisfacción que al principio intentamos resolver hacia afuera, echando la responsabilidad a otros de lo que tenemos que hacer nosotros, y que solo poco a poco vamos asumiendo personalmente. Cuando volvemos a nuestro interior y experimentamos mucho malestar en relación al vivir, tenemos que ir más hondo a encontrar lo propio, a encontrar las causas por las que estamos mal y procurar darles la vuelta. Siempre, esa necesidad de volver sobre lo vivido, aunque duela, aunque al principio no se entienda, para aprender…
Descubrimos así que aprender a vivir requiere valentía, honestidad, amor. Requiere amar más la vida tal como te remueve por dentro que lo que otros te quieran decir. Requiere ser fiel a tu propia voz interna, al desagrado o a la furia que esa voz expresa cuando no la escuchas, más que a lo que la mayoría hace, prefiere o llama bueno, o malo. Requiere escuchar tus reacciones ante lo que pasa en la vida, antes que el demonizarlas con la etiqueta del “no me gusta”, “duele”, antes que sacralizarlas con otra etiqueta de “esta soy yo” o “así quiero que sea siempre”. Requiere libertad, que no tiene nada que ver con elegir lo que me agrada, sino con escoger lo que es, lo que se da, y permanecer en ello también cuando cuesta.
Este es otro modo de contemplar el proceso de aprender a vivir. En este caso, el proceso para apostar por ser uno mismo, para que seas tú, y no tus ancestros, ni tus esquemas, ni tus ideales o tus valores los que te vivan, sino tú, con tus luces y tus sombras, tú con tu batalla por vivir, por abrirte a la vida y responder a ella contando con todo lo que hay y dejando que sea ahí, en la arena de la vida, donde seas quien llevas dentro, siempre mucho más que lo que eres hoy, siempre mucho más de lo que pudiste soñar. ¡Imagínate si dejas a Dios que sueñe en ti lo que va a ser eso! Dios, el único que de verdad nos deja ser libres. Dios, el que verdaderamente sabe quiénes somos y cómo desplegar eso que somos, todo lo que podemos ser en medio de cualquier circunstancia.
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Imagen: Vince Fleming, Unsplash
Hola Teresa, si me encuentras peleando!
Gracias por tus palabras, y por hacerme parar y pensar sobre la vida que vivo!
Cesar podría ser Inma y sería su vida.
Me voy a detener y pensar sobre todo lo escrito.
Que bueno cuando nos reconocemos en algo y nos empuja a continuar, Inma. ¡Seguimos peleando!