No sé si lo has observado… durante una etapa más o menos larga de la vida nos vemos fascinadas por las cosas grandes. Puedes ser tú quien quiere hacer algo grande en la vida o, si no te valoras, te fijas en lo grande que hacen o pueden hacer los demás. Te fijas en lo grande, te atrae lo que brilla, lo que tiene potencia, etc. Este modo de mirar tiene su valor, porque nos saca de nosotros y nos incita a que seamos lo más que podemos ser. Pero el desarrollo de ese más está sembrado de peligros, porque muchas veces aspiramos a un más que no es el nuestro, y no solo es que no lo logramos, es que quedamos frustrados. Además, en ese mirar a lo más, la mirada queda seducida por lo grande, por lo brillante, por lo que se ve a primera vista, y eso te hace ignorar, o despreciar lo que no tiene esa fuerza, lo que no tiene ese poder.
Durante mucho tiempo, a las cosas pequeñas de la vida, a las cosas pequeñas que somos o que hacemos las miramos desde el prisma del “no”: no eres esto grande que me seduce, no eres esto brillante que ha alcanzado esta otra persona, no tienes el glamour ni la gracia ni la imprevisibilidad ni la fuerza de esto que en verdad deseo…
Pasa mucho tiempo hasta que llegamos a valorar las cosas pequeñas. Viniendo de una mirada y un corazón habituados a desear lo grande, a querer lo grande, a mirar lo grande, las cosas pequeñas se ven como nada o menos que nada. Al principio se ven como ese residuo que queda de lo que podía haber sido, como los restos de una fiesta al terminar.
Con el tiempo se nos aclara la mirada y empezamos a valorar. A valorar las cosas pequeñas que descubren de pronto o progresivamente su luz, su potencia, su verdad. Pequeñas, lo que indica que no las tienes que alcanzar, sino que te las encuentras. Fugaces, lo que requiere de ti una mirada atenta, despierta, para captar lo que se pasará y no volverá. Luminosas, como la cerilla en medio de la noche, con una luz capaz de vencer la oscuridad.
Y aunque no se imponen, no puedes dejar de reconocer que están, y que hablan a tu vida. Puedes escucharlas o rechazarlas, pero están y te interpelan. Si dejas de ignorarlas -como cuando no las veías siquiera- o de despreciarlas -como cuando te tenía cautivado el ruido que hacen las grandes-, si te dejas interpelar por ellas te encuentras con una realidad que resulta ser tu verdadera medida, y hace más posible el vivir.
Ya no tienes que buscar fuera lo grande, porque descubres una grandeza en lo pequeño.
Ya no tienes que ir tras el brillo, porque en eso pequeño descubres una verdadera luminosidad.
Ya no hace falta que vayas a buscar las cosas ni que vivas desde el esfuerzo, porque las cosas vienen a ti ellas solas, y la clave para relacionarse con ellas es totalmente otra que la de antes.
Empiezas a descubrir que las cosas pequeñas tienen el poder de cambiarte a ti. Tienen el poder de atraerte y transforman el modo como te sitúas en tu vida, y en el mundo. Tienen el poder de cambiar la definición que haces de ti misma, de ti mismo: dejas de verte como una persona que se mide por los logros, por lo de fuera, que aspira a lo grande, y empiezas a verte como una persona que se siente cómoda y hondamente interpelada por lo pequeño, que empieza a preguntarse si no será la pequeñez su verdadera medida, si no será la pequeñez el lugar de abrirse a la verdadera grandeza, a otra grandeza.
Déjame preguntarte si has experimentado este poder que tienen las cosas pequeñas. Si empiezas a verte atraída por ellas, por las cosas comunes del día a día, viendo que esta fuerza que tienen las cosas pequeñas va cambiando progresivamente tu modo de ver la vida, de ver el mundo, a condición… de que dialogues con ellas y les des su verdadero lugar.
La semana que viene seguimos hablando del poder de las cosas pequeñas. Si quieres contarnos qué experiencia tienes de esto, nos servirá a todos.
Puedes descargarte el audio aquí.
Imagen: Oskars Sylwan, Unsplash
Qué interesante!!! Es una gran verdad, a mi me pasa que las pequeñas cosas me hablan más de la vida, de mi mismo, de los demás que las cosas grandes. Es en las pequeñas cosas, que, como dices, son fugaces, donde creo que aprendo más, descubro más si estoy atento. Muchas gracias por, una vez más, ampliarnos las mirada con este “pequeño” comentario. Abrazo grande.
Qué bueno lo que nos dices, Juan. Además, las cosas pequeñas nos pueden aportar enseñanzas concretas y muy valiosas, de esas que nos abren a vivir más y mejor cada vez. Gracias por compartir lo que vives, Juan.
Me está pasando a mi
Sí. Nos pasa. Gracias, Toñi
En mi caso, es muy cierto que gracias a mirar atentamente a las cosas pequeñas, a guardarlas en el corazón, estoy aprendiendo mucho sobre mí mismo y sobre cómo vivir la realidad cotidiana.
Muchas gracias, Teresa.
Gracias por compartir lo que vives, Roberto. Un abrazo
Teresa en impresionante lo que dices, igual que tú Roblero, guardar las cosas, en el corazón es una magnifica idea, espero saber más de eso y lo que genera en las cosas sencillas.
Eso es, Alfonso. Es una magnífica idea que tenemos que procurar incorporar a nuestra vida. A ver si las siguientes entradas te inspiran para ello. Para vivir.