La Biblia es un libro para vivir. Hoy quiero iluminar con una palabra de la Biblia, en concreto del libro de Isaías, esta tarea que tenemos los acompañantes.
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. Is 50, 4
Creo que esta pequeña frase expresa bien una cualidad que tiene que darse en nosotros, los acompañantes espirituales.
En primer lugar, la certeza de que es por la comunión con Dios/el Trascendente como cada acompañante espiritual se acerca a los demás. La fuente no está en nosotros, sino en dicha comunión con el Señor.
Por estar unido a Dios/el Trascendente, es por lo que un acompañante tiene, para comunicar a aquellos a quienes acompaña, una palabra de lucidez, o de discernimiento, o de consuelo o de sabiduría. ¿Cómo podríamos tener, una “lengua de iniciado” por nosotros mismos? Esto no podría darse si no fuera porque Dios/el Trascendente, nos comunica una sabiduría que te lleva a entender, a comprender desde más allá, desde más lejos o más profundo que lo que las palabras humanas pueden expresar.
Es esa la razón por la que, a veces sostenidos en esa palabra que hemos de decir, y otras a oscuras de lo que decimos, sabes “decir al abatido una palabra de aliento”. No porque quienes acompañamos hayamos pasado por todos los dolores, padecido todas las heridas ni muerto todas las muertes. Qué va. Si sabemos decir al abatido una palabra de aliento, una palabra que comunica descanso, o esperanza, o sentido, es porque, por nuestra parte, la hemos recibido de Dios/el Trascendente, que quiere llegar por este medio a muchas personas.
“Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados”. Esta acción de Dios/el Trascendente sobre nosotros, los acompañantes, se experimenta, en lo concreto, como acción directa sobre nosotros, que actúa “cada mañana” y hace de nosotros gente investida de los dones de Dios: “para que escuche como los iniciados”. Igual tú no eres “como los iniciados”, pero Dios/el Trascendente espabila tu oído y lo hace capaz de escuchar los rumores lejanos y cercanos, los gritos, los lamentos, la vida que despunta como promesa y la alegría que recorre como un río subterráneo una realidad dolorosa. Así, capacitada para escuchar como los iniciados, la persona que acompaña a otros se va viendo llevada a tener otra mirada, otra seriedad, otro compromiso con los que le rodean pues, una vez que el Señor “me espabila el oído”, una vez que me despierta en algún grado a contemplar la verdad de lo que es en vez de “taparme los oídos” ante todo eso de la realidad que normalmente no quiero escuchar, entonces me comprometo con mi vida en favor de aquellos que se me han confiado.
Igual que no puedes no ver, ya no puedes, no debes no vivir por eso el texto sigue cómo sigue: “El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos”. Is 50, 4-6
Este texto de Isaías se aplica a muchas cosas antes que al acompañamiento. Pero, leído en esta clave, esta lucidez y este compromiso que va implicando a la entera persona del acompañante, son el modo de vivir de cualquier persona que vive su don unida a Dios.
Siguiendo con la lógica de esta segunda parte de la cita de Isaías, ser acompañante tiene que llevar a un compromiso de vida que tendremos que discernir, cómo no. En lo profundo, la comunión con Dios que nos da una “lengua de iniciado”, puede imprimirnos también ese compromiso de vida que a veces acepta cargar con el dolor de aquellos a quienes acompañamos. A la vez, hacer de esto una regla del acompañamiento sería falta de sabiduría: no se trata de decir “ todo acompañante tiene que sufrir todo lo que los acompañantes le echen” porque dicha regla rigidiza y pone el acento en nosotros y en nuestra posible actitud vicaria. No se trata de nosotros, que no salvamos a nadie: se trata de estar dispuestos a asumir, cuando corresponda, las consecuencias que tienen en nuestro mundo, en algunas ocasiones, las palabras que Dios/el Trascendente, nos ha dado pronunciar.
La Biblia es, hemos dicho, un libro para vivir. Me gustaría que este breve fragmento del Antiguo Testamento te hubiera iluminado sobre la sabiduría que el profeta recibió para darnos a nosotros (y a muchos antes que a nosotros, y después de nosotros), con esa “lengua de iniciado” que hoy hemos recibido para mostrar caminos de vida a aquellos a los que acompañamos.
¿Te ha quedado claro cuál es el fundamento de la labor de un acompañante? ¿Cómo te suena esta “aleación” entre Dios y la persona, que se vive así enviada? ¿Cómo influirá en los modos de acompañar que cada cual tenemos?
¡Cuéntanos lo que piensas en los comentarios!
La imagen es de Geetanjal Khanna, Unsplash
Sí, el texto de Isaías lo veo clave para comprender qué es el acompañamiento, es descubrir que Dios nos utiliza o se manifiesta en un momento determinado en nosotros para llegara otras personas o bien se revela a otras personas para que nosotras y nosotras le sintamos
Sí, Dios se vale y pasa a través de nosotras. Eso sí, ¡de qué modo! Porque el texto de Is dice cosas enormes, ¿no te parece?
A mí el texto de Isaias me sitúa mucho, porque es como dejar pasar lo de Dios, y eso es un alivio. Al mismo tiempo mirando a Isaias pienso que es un poco “marrón” que Dios te elija para esto, como que de entrada no se si se está preparado ni si se quiere. Ni si va a ser una acción puntual en una situación concreta o mantenida en el tiempo, ¿no?. Es un sí a Dios y dar paso a lo suyo, ¿no? Pero no sabes cuándo va a ocurrir.. ¿Las distintas formas de acompañar tienen que ver con este dejar pasar lo de Dios o atascarnos en lo nuestro?
Hola Carmentxu, respondo por partes para que esté más claro, vale?
Que Dios te elija, para esto o para otra cosa, al principio uno lo puede ver como un “marrón” (o puedes estar feliz desde el principio, depende de varias cosas), y luego, en la misma medida en que vamos creyendo y aceptando, vemos el regalo que es, tanto para una misma como para los demás.
De entrada, nadie está preparado para nada enorme. Estamos preparados para las cuatro cosas que nosotros mismos hemos previsto. Pero para el amor inmenso de Dios, que toma formas SUYAS en nuestra vida, no estás preparada nunca. El te elige, él te hace capaz, y él dice cómo vas a vivirlo. A veces esto (de nuevo, según cómo seamos, según lo que estemos viviendo) empiezas viviéndolo desde ti, pero luego, aprendes a vivirlo desde Él, y entonces es cuando pasa lo grande, lo que dice el texto de Isaías.
Las distintas formas de acompañar tienen que ver con el modo como cada acompañante concibe y desarrolla el acompañamiento (experiencias, modo de ser, modo de ver la vida, formación, etc.). El acompañar en sí, la tarea/misión de acompañar, si estamos hablando de un acompañamiento que atiende a lo espiritual (a reconocer, rescatar, avivar o recrear lo de Dios en ti), tiene que ver siempre con dejar pasar lo de Dios. Y si nos atascamos en lo nuestro, en esa misma medida no estamos dejando pasar lo de Dios. Dios se abrirá camino por otro lado para acompañar a la persona, pero nosotros podemos muro en vez de cauce.
Ufff, qué largo! Espero que te haya servido, Carmentxu.
Un montón! Gracias
Es un mensaje de esperanza. Me conformo con llegar a tener una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Me libera el saber que no soy yo la que actuó sino que es él el que actúa en mi y yo en los demás por su acción. Para ello tendré que espabilar el oído, estar atenta, orar y pedir que se me de el discernimiento para actuar con los demás. Estoy en el proceso……, con mi pequeñez.
Ese realismo nos es imprescindible, Elena. Reconocer la propia pequeñez y aspirar a mucho. Por ahí avanzamos.