Vamos a dedicar esta serie de entradas a contemplar el proceso que hacemos en relación al amor. Ese proceso que nos lleva de vivir desde el amor desde nuestra idea a ese otro Amor que sobrepasa toda idea. Y lo vamos a hacer a partir de algunas instantáneas. De algunos momentos captados al vivir. La intención es que nos ayuden a preguntarnos sobre nuestro modo de amar desde ese vivir amando que se da en la vida.
En esta última etapa vemos a la persona conducida por el Amor. Es posible que la etapa anterior fuera la que veíamos en la entrada anterior, o puede que no (el proceso toma muchas formas). Siempre, el Amor nos lleva al amor. Y desde el amor podemos ser llevados al Amor.
Aquí, los ejemplos no son semejantes a los de las situaciones anteriores. Quizá puedan confundirse desde fuera, pero la persona cuya mirada esté hecha a discernir el amor/Amor, reconocerá.
En este estadio, la persona se ha ido haciendo amor. A base de entregarse al Amor (Dios es Amor, Dios es Amando), se ha ido dejando conducir por el Amor. En la etapa anterior podíamos reconocer que la persona que se deja conducir por el amor va priorizando el amor incluso a sí misma y para ello va dejando caer de sí todo lo que estorba al amor, va deponiendo su ego y manifestando el Amor. En esta etapa vemos cómo, quien ha sido alcanzado por el Amor de Dios –muchas veces, sabiéndolo; otras, sin saberlo- es, en el grado más alto que cabe a nuestra medida limitada, presencia del Amor en medio del mundo.
Así como no tenemos ojos para ver, para distinguir, mientras no estamos en ese punto, el amor espurio de las primeras etapas de este amor que merece su nombre en las dos últimas, tampoco tenemos capacidad para reconocer de qué manera fecunda el Amor de Dios está dando vida a través de seres vacíos de sí mismos. De seres que, a la vista de todos, y eso sí se puede ver, son más pobres que todos los demás.
Hemos de tener presente también, como es característico de cualquier situación de proceso, que en todo lo humano se dan mezcladas la luz y la sombra, por lo que el amor que los humanos damos, como el que recibimos tiene siempre algún elemento de ambigüedad que nos puede confundir a la hora de interpretarlo.
Por eso, para contemplar ese Amor puro acudimos a la Fuente, que es Dios:
Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Jn 3, 16 Este es el Amor más alto: el que se entrega a sí mismo en favor de todos. El amor que no se reserva nada, sino que da todo lo que tiene, y no en favor de algunos, sino en favor de muchos, de todos los que –sabiéndolo o sin saberlo- se atrevan a vivir de este loco Amor de Dios, que no desea sino amar y salvarlo todo, como corresponde a la lógica del Amor.
Como decíamos en la entrada anterior, y aquí llega al extremo, este Amor tiene una traducción en nuestra vida que toma distintas formas:
Puede tomar la forma de entrega de la propia vida a través de sencillos –e inmensos- gestos cotidianos: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir. Mc 12, 44
Puede manifestarse como amor liberado de toda atadura, de todo temor: del temor al sufrimiento derivado del amor, del temor a no ver la fecundidad del propio amor, del temor a que te falte lo que das a manos llenas, del temor a que otros no sepan que los amas…: En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. 1Jn 4, 18.
El Amor toma todas las formas, se hace a todo, a todos. Y todos nosotros, creados a imagen del Amor, saciamos nuestra sed, encontramos nuestro sentido, desplegamos la vida en la medida en que, por el amor y el Amor (que son uno), vivimos de ese Amor que todo lo recrea, lo reúne, que todo lo restaura y que salva.
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Imagen: Yannick Pulver, Unsplash
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