Esta mañana, al salir de casa me he encontrado con un chico de trece años que vive cerca de mi casa. Se llama Jon, y me encanta. Él no lo sabe, pero me alegro cada vez que le veo. Casualmente, sé que Jon no sé quiere mucho a sí mismo, y en el tramo del camino que hemos hecho juntos, él al instituto y yo al centro de salud, le he preguntado con entusiasmo por lo suyo. En mí había entusiasmo, porque Jon me parece un cielo de chico. Sin embargo, seguro que Jon no ha notado nada de eso, porque él mismo no se considera gran cosa, y cuando uno no se mira bien, no ve las cosas como son, sino como él las mira. Hará falta algo mucho más fuerte para que se haga consciente de que no se mira bien –afirmo que quien no se ama a sí mismo no se mira bien-, y empiece a caminar por el camino de quererse.
Más tarde, volviendo del centro de salud, me he encontrado con otro grupo de muchachos, quizá compañeros de Jon, que iban en grupo. En este caso, seguramente me han visto como a la típica mujer mayor que tiene la vida hecha y poco que aportar: ¿no es así como miran unos adolescentes a una “señora” de 54 años? Y sin embargo, si han visto eso, no es así: mi percepción es que cada día estoy estrenando la vida.
Después –era la hora de los jóvenes, está claro-, he visto a una chica muy arreglada, que iba a clase preparada para alguien. Tampoco se habrá dado cuenta de mi mirada, de mi aprobación, de mi bendición: no de bendición a lo que hace o al tiempo que le lleva… ¡si fuera su madre, seguro que me costaría bastante soportar todo el tiempo que habrá estado esta mañana ocupando el cuarto de baño!:) La bendecía a ella por sí misma, a sus ganas de vivir, a su ilusión, le lleve a donde le lleve. Ella iba consciente de sí, interesada en agradar, y solo veía lo que entraba en su campo de atención.
Citando a Kant para algo en lo que él seguro que no pensaba, diría que “solo vemos de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas”. Durante una etapa, por ejemplo, la de estos chicos y chicas jóvenes que me iba encontrando, es natural que sea así. Después ellos mismos irán viendo, primero los más conscientes, que no basta con eso, porque te dejas mucha vida fuera cuando miras solo desde lo tuyo. Hace falta abrirse más allá, a otra mirada que nos devuelve algo diferente sobre nosotros mismos: ojalá sea una mirada de bendición, pero sea como sea, que nos podamos mirar desde fuera, sin quedarnos prendidos en esa “otra” mirada, sino abriéndonos a ella como nueva perspectiva. Y más adelante hace falta abrirse, más todavía, a mirar a los otros desde los otros, desde lo que son, dejándonos a nosotros mismos mirarnos también así. Como nos mira Dios.
Y tú, ¿qué piensas acerca de los modos de mirar que tenemos cada uno? ¿Nos lo cuentas en los comentarios?
Imagen: Bastien Jaillot, Unsplash
Puedes descargarte el audio aquí.
Deja un comentario