Suelo oír mucho eso de que las personas tenemos distintos modos de plantearnos la vida, que “cada uno miramos distinto”. Y es verdad. Así nos explicamos que haya gente optimista y gente ceniza, o negativa, gente que ve el vaso medio lleno o medio vacío, y todo lo que solemos decir de estas cosas.
Aunque es verdad que cada uno tenemos, por tendencia, un cierto modo de mirar, también es verdad que todos tenemos varios modos de mirar: todos tenemos ratos optimistas, y ratos negrísimos; todos tenemos ratos en que nos oscurecemos mirando al futuro, y otros ratos en que lo pintamos todo de colores y nos imaginamos que todo (lo que sea que llames “todo”), saldrá bien. Esto también nos pasa.
Y como todos tenemos varios modos, podemos elegir cuál de esos modos queremos que predomine. De hecho, eso hacemos, aunque no seamos conscientes de estar eligiendo al hacerlo: yo elijo pensar que lo que tengo para hacer es difícil, y generalmente, transmito un mensaje en esa dirección y las cosas se me hacen difíciles, con lo que se justifica mi mirada agobiada, o preocupada; yo elijo creer que los demás están a mi servicio, y actúo de tal manera que otros responderán a mis modos egocéntricos, a mis expectativas; me propongo mirar más allá de este hoy tan confuso o tan destructivo… y salgo adelante cuando otros en estas condiciones no lo lograrían… y así con muchas cosas. Elegimos, consciente o inconscientemente, cómo queremos estar en la vida, y este modo que elegimos es el modo como luego nos situamos ante las cosas.
A la vez, también nos pasa otra cosa. Por un lado, escogemos predominantemente nuestro modo de mirar, lo acabamos de decir. Por otro, nos vemos condicionados por los modos de mirar de nuestro entorno: si la gente tiene en general cara de cansancio, o de cabreo, o va por la vida con una máscara inexpresiva, un@ tiende a asimilarse a esa cara, y después esa actitud, que ve a su alrededor; si los demás te dicen que las cosas están muy mal, que esto es muy duro, que la vida es un desastre; si sufres porque no te han puesto bien los visillos del salón o tu hijo se hace pis en la cama con doce años, te parece que tienes motivos para ir tú también por la vida con cara de mal rollo, porque “tienes muchos problemas”, y todo así.
Estas dos formas de funcionar, tanto la forma mental tan presente en nuestro tiempo –tú eliges el modo como quieres ser y vivir- como la forma cultural que captamos en el ambiente, son formas externas a nosotros. Formas que nos hemos propuesto ser, en realidad mucho más epidérmicas, mucho menos nuestras que lo que en verdad somos. Lo que somos está con nosotr@s desde el principio. Lo que somos es lo que nos baila dentro cuando dejamos esas formas que nos dicen los demás: el pensamiento positivo para compensar los pensamientos negativos, el “clima” ansioso, preocupado, lleno de temor que se respira en nuestro Occidente, indican que vivimos sometidas a una serie de consignas, las primeras más interiorizadas (pero no son nuestro interior), las segundas muy poco… todas ellas se nos imponen en vez de dejarnos ser.
Esto nos lleva a pararnos y a preguntarnos desde dónde queremos vivir. No en modo “programación”, como cuando teniendo un mapa delante, apuntas a un objetivo externo (que nos volvería a llevar a lo mismo), sino escuchando a nuestro interior para secundar lo que reconocemos en él. Eso que escuchamos es lo nuestro, lo más propio, y nos permitirá ser lo que somos. Puesto que siempre hemos de guiarnos por algo para ir adelante, ¿por qué no dejarnos conducir por eso que, siendo lo más nuestro, nos sobrepasa?
Y entonces la pregunta es: ¿por qué no vivir de lo espiritual? ¿Por qué no vivir de lo que en verdad llevamos dentro, de lo propio? Eso sí que es nuestro interior, nuestro ser esencial o yo profundo, eso sí es lo que somos de verdad.
¿Cómo se manifiesta lo espiritual? ¿Cómo se reconoce? Lo espiritual es lo que eres cuando sientes acuerdo interno en tu interior. Es lo que eres cuando rezas o cuando meditas, cuando saltas, cuando ríes desde las entrañas, cuando bailas, tejes, construyes o inventas, dibujas o pintas y dejas salir tu color, cuando juegas y cuando cantas; cuando el amor te coge y te dejas llevar por él. Cuando pasa esto, lo que sale es tu espíritu, que es lo más tuyo, lo que eres tú.
Y entonces… sabes que estás en la verdad. No una verdad que tú eres, sino una Verdad de la que participas, que reflejas y que dejas pasar a través de ti. Y cuando miras así, cuando eres así, sabes que eres tú, desde ese acuerdo profundo entre Dios/el Trascendente que se expresa a través de ti, y la verdad que en este momento eres. Cuando esto sucede, sabes que la Verdad no tiene que ver con el pensamiento positivo ni el pensamiento negativo, con tu mente o con la cultura, y tampoco con lo que los demás –aunque fuera el mundo entero- dicen acerca de la vida, sino que la Verdad acerca de todo tiene que ver con este acuerdo profundo del que formas parte y tienes la dicha de reflejar.
Cuando te vives así, eres la verdad que estás llamad@ a ser. Y cuando eres lo que estás llamada a ser, miras bien –desde dentro- y miras bien, desde ese interior, nuestro espíritu, que impulsa todo lo verdadero y todo lo hermoso de nuestro mundo.
Lo primero es sentirlo a ratos. Luego vendrá el vivir desde ahí. ¿Dónde te encuentras tú?
¡Cuéntanoslo en los comentarios!
La imagen es de Shendy Subroto, Unsplash
Susana dice
Teresa muchas gracias. Siento que lo explicas tan bien que me atrapa, me motiva, me acerca, pero a la vez, reconozco que me falta ese chasquido de dedos que dice ¡ claro, eso es!.
Un abrazo.
Teresa Iribarnegaray dice
La pregunta importante entonces es por qué te falta ese chasquido de dedos: ¿ es porque no es lo que te toca ahora? ¿ es porque el peso de las cosas que tienes entre manos te impide lanzarte a lo que te atrae? ¿Es porque…? Si vivimos interrogándonos acerca de lo que pasa en nuestra vida, tendremos cada vez más lucidez sobre ella.
cristina dice
¿porqué no vivo de lo espiritual si es lo que me hace sentir más feliz y más llena? A veces es más fácil dejarme llevar por la hiperactividad arrolladora de la vida que pararme, hacer, silencio , escucharme, escuchar la vida y .. a Dios
Me llega mucho como lo expresas y me encanta leerte cómo lo expresas… me siento a veces con tanta fuerza y alegría interior que sé de donde viene y que a través de lo que te leo puedo entenderme mejor. Quisiera aprender a escuchar mejor a Dios y a mí corazón y después poder expresarlo mejor y sacarlo de dentro de mí, pues a mí me da mucha felicidad y me gustaría poderla compartir con el mundo… me gustaría ser más constante personalmente y menos cómoda .
Teresa Iribarnegaray dice
¿Por qué no empiezas por ahí, Cris? la motivación, que es esa certeza que ya tienes de que Dios te llena, ya la tienes. Teniendo la motivación clara, se trata ahora de poner los medios concretos. Mira cuáles te han ayudado en el pasado, revisa si ahora te pueden ayudar… si te ayudan, retómalos. Si ya no te ayudan, busca a otros, o pregunta a las personas que te ayudan en relación a Dios cómo puedes hacer… para poner en el centro lo que está en el centro.