Una de las cosas que escuchamos con mucha frecuencia en nuestras conversaciones es la palabra “libertad”. Para gritar esa libertad, para denunciar que no me siento libre, para empujar a alguien a que reclame la suya, etc… Seguro que podrías añadir cómo miras la libertad, cómo está presente o no en tu vida y lo que esto te produce…
A pesar de lo que acabamos de decir, de lo mucho que nombramos la libertad, reclamamos, deseamos, encuentro que, verdaderamente, de esta realidad que tanto significa, vivimos poco. La valoramos, sí. Pero lo hacemos al modo de quien vive en un lugar magnífico junto al mar y no se detiene nunca a escuchar su rumor, a caminar, a contemplar los amaneceres o las puestas de sol y no se baña, como mucho cinco minutos al mes, agobiado por ese trabajo exigente que tiene que hacer para mantener su casa preciosa junto al mar…
Por eso, si te parece, en las entradas que siguen vamos a hablar de la libertad. De esa libertad que nos gustaría vivir y que requiere, en primer lugar, que sepamos qué es.
Quisiera presentarte la libertad. No como normalmente hablamos de ella, reduciéndola a nuestra propia idea y necesidad, sin a la libertad según lo que está llamada a ser, lo que puede ser en nuestra vida.
Lo vamos a hacer en proceso, porque el proceso nos permite reconocer de qué modo, desde donde nos encontramos, llegamos a ella. Esta entrada, y las tres que siguen, nos van a orientar en este proceso. Por tu parte, en este asunto de la libertad más aún que en otros, has de tener presente que tienes que abrirte a lo que vamos a ir diciendo, sí, a la vez que pones en marcha tu libertad y descubres en qué punto se encuentra.
¿Vamos?
Nacemos libres. Al decir esto, no me refiero a que por ser ciudadanos de un país tenemos desde el principio derecho a votar, libertad de expresión u otras de esas “libertades” que son exteriores a nosotros (y que nos sirven poco de recién nacidos, y nos servirán de poco en muchas ocasiones después).
Nacemos libres significa que llevamos en nosotros la capacidad de ser libres. Como una semilla que aún solo es semilla, pero que tiene esa capacidad. ¿Qué importa esto? Que desde el principio, somos esa capacidad de ser libres, y se nos puede tratar como esos seres potencialmente libres, como seres siempre sometidos, o como gentes “con derecho a”, según ese modo tan común de relacionarnos unos con otros. Es muy importante el cómo nos traten de pequeños, porque según lo hagan será más fácil o más difícil abrirnos camino en relación a la libertad.
Esto, para lo que está de fondo.
En superficie, en cambio, las cosas son de otro modo: cuando somos pequeños, y llevando internamente en nosotros esta llamada a la libertad ocurre -paradójicamente- que tenemos que aprender leyes, normas, criterios.
Al niño le tenemos que enseñar los ritmos de la naturaleza, y sus propios ritmos de sueño y de vigilia.
Le tenemos que enseñar en qué consiste caminar (la postura erguida y los pasos bien plantados en el suelo que corresponden al caminar humano), y desde ahí, le iremos enseñando en qué consiste caminar a otros niveles (emocional o inteligente o el correspondiente a la relación con otros seres humanos, con los animales, con la naturaleza).
También le vamos a enseñar, como en Barrio Sésamo, qué es más y qué es menos, en quién puede confiar, qué debe evitar en toda situación.
Les vamos a enseñar cómo relacionarse con los demás, y con Dios/el Trascendente. Con lo visible y lo invisible. Les vamos a enseñar respeto a uno mismo y a los demás, y todo lo que vaya haciendo falta, de acuerdo con unos criterios que procuraremos que sean buenos, o que procuraremos hacer buenos por ellos.
Le vamos a enseñar unas leyes de propiedad básicas en relación a sus pertenencias y al respeto de los otros. Le vamos a enseñar normas para comer, para defecar, para saber qué tono de voz está permitido en este o en este otro caso, a esta hora o a la otra…
Etcétera…
Ya te haces una idea. Le enseñamos unas leyes, unas normas que buscan que el niño o la niña alcancen un manejo básico de su vida y del entorno que les rodea. Sería bueno que esas leyes fueran lo más respetuosas posible con el orden inherente a la realidad. Revelaríamos tener una idea errónea de libertad si entendiéramos el respeto al niño/ como una “ausencia de coacción” que espera que la criatura, en su sabiduría innata, fuera encontrando lo que desea hacer y lo que le conviene en cada momento. Sería irrespetuoso que, al encaminarle a través de estas normas, le asfixiara con ellas, queriendo hacer de la criatura un “clon” de lo que yo soy, de lo que no he sido o de lo que quiero mostrar en mi entorno, como si el niño fuera una prolongación o un producto mío. Las normas han de ser claras, comprensibles, han de estar pactadas de antemano (progresivamente, según la edad del hijo/a), de manera que ayuden a crecer y dejan abierto el enorme campo “sin normas” que también ha de darse.
Vamos a procurar que esas leyes estén, en lo posible, ligadas a lo concreto (a los ritmos de la naturaleza, a la verdad de las relaciones, etc.) de manera que no se interpreten como incompresibles y coercitivas (aunque a veces se puedan ver así) sino como referencias de sentido ofrecidas por las personas en las que confías para conducirte en la vida.
Las leyes son límites -hacia afuera-, y son indicadores -por dentro- que buscan ayudar al buen desarrollo de esa realidad adorable y misteriosa que es siempre una vida humana. En esta clave, dichas normas buscan orientar esa capacidad inmensa que aún no ha hecho sino comenzar a ser.
Lo primero que vemos en este planteamiento es que la libertad que deseamos desarrollar ha tenido que conocer (no solo conceptualmente, sino a base de experimentar, que es como conocemos lo que se refiere al vivir), por dónde discurre lo humano.
Te dejo también el enlace a una escultura que habla de este proceso que empezamos a recorrer, y que contempla lo que estamos diciendo desde otro ángulo. La escultura está compuesta de cuatro imágenes. Fíjate ahora en la primera, sobre todo…
Nos encantará que, si quieres, nos cuentes tu experiencia acerca de la libertad y las normas…
Puedes descargarte el audio aquí.
Imagen: Mikhail Vasilyev, Unsplash
Tanah dice
Hola Teresa. Me ha parecido un texto muy clarificante, con mucho contenido fácilmente asimilable.
Entre todo lo que dices me he detenido en las leyes y he pensado en que hoy en día, en parte de nuestra sociedad, dichas leyes no son entendidas como límites – hacia afuera – sino más bien como mandatos coercitivos que limitan la vivencia externa de la persona y también el desarrollo interno de su criterio y personalidad. Y que, mucho menos son tenidos por indicadores de algo, porque al parecer está de “moda” que el ser verdaderamente libre no se examina ni examina sus actos, ni aprende a manejar sus emociones y pensamientos y demás. Ni qué decir tiene que es propio de débiles buscar esa libertad en lo que trasciende.
Es “casualidad” que en este momento presente en el que las palabras repetidas hablan de colectividad, los actos aplaudidos indiquen egocentrismo e individualidad: en la práctica, mis “apetencias” y yo somos lo primero porque soy “libre” y el otro viene detrás o tal vez ni siquiera me planteo que existe.
¿Cuánto tiene que ver en ello la “ausencia” de Dios?
Queda esperar que de momentos de confusión así, surjan nuevas reflexiones que nos lleven a ver más claramente lo que es grano y lo que es paja. Cabe ser sal y esperar, porque ya sabemos que “el viento sopla donde quiere”.
Todo un reto para cada uno de nosotros.
Un fuerte abrazo y gracias Teresa.
Teresa dice
Buenos días, Tanah. Creo que en las entradas siguientes encontrarás claves para interpretar las preguntas que te haces aquí. Yo no lo planteo en clave de juicios sobre grupos o personas, sino que lo oriento más bien a la comprensión de la realidad tal como se da. Me parece que es un modo de mantener una actitud de apertura, tanto más necesaria si, a través de las entradas, nos encaminamos a mirar la vida desde la libertad. Espero que las entradas que vienen a continuación te den luz para tus preguntas. Un abrazo grande, Tanah