Me gusta mucho reconocer que hay correlación entre las cosas que se ven y las que no se ven. Porque me admira dicha correlación, en primer lugar. Pero también porque al reconocerla aprendo mucho de lo invisible a través de lo visible: lo que a nivel visible es claro, se traduce en una enseñanza a nivel invisible, que nos suele costar más. Me gustaría detenerme un poco en esto, porque nos da claves de algunos modos de mirar que nos aportan recursos para relacionarnos, para vivir. A ver si a ti también te sirve como me ha servido a mí.
Como decía, en las cosas visibles todo suele estar muy claro. Tú quieres una manzana y yo una naranja, y cada cual se come su fruta y comparte si quiere, pero la manzana y la naranja no se confunden entre sí, y los que las elegimos y las comemos no nos equivocamos con la pertenencia o las preferencias de cada cual. Lo mismo sucede si nos encontramos cara a cara, en un ascensor o en una discusión o en lo que sea. Tú ocupas tu espacio, yo el mío, y se hace claro, si te acercas demasiado a mí, que estás invadiendo mi espacio, aunque no haya ninguna ley escrita que diga si esto se puede o no se puede hacer, o cuál es esa distancia.
Esta referencia tan clara en lo visible se hace más complicada cuando hablamos de emociones. Así como en lo visible se ven claros los límites que no puedes pasar, los términos en que nos comemos cada uno nuestra fruta, si la compartimos o no según haya acuerdo, en lo invisible –sean las emociones, lo espiritual o lo que sea-, no queda tan claro. Si te parece, vamos a hablar de esto porque lo visible nos da una lección para las cosas que no se ven.
Supongamos que yo te digo que yo veo que tú tienes que hacer tal cosa (pon aquí alguna para concretar, que seguro que esto te ha pasado hace bien poco). Si esto se tratara de manzanas o naranjas, cuando yo vengo y te digo: “Cómete esta naranja que te va a sentar bien”, tú me dices que sí, o que no, y según lo que prefieras, te comes la naranja o no lo haces. A mí me queda claro que lo mío era proponer, no imponer. Sin embargo, cuando se trata de lo que no se ve, las cosas empiezan a complicarse. Yo te digo, por ejemplo “quiero que hagas esto porque es bueno”, nos hacemos un lío con los límites (ese lío que en el nivel visible de las cosas no se da). El lío consiste en que 1) tú quieres para mí esto que es bueno para mí (repito adrede el “para mí” porque es un elemento importante en la confusión); 2) como esto es muy bueno para mí, das por supuesto que yo tengo que verlo como tú y querer lo que tú quieres.
¿Ves que es lo mismo de la naranja y la manzana? Solo que en lo visible está claro que si yo no quiero la naranja, digo que no y se acabó. Pero en lo que no se ve, nos deslizamos más fácilmente a invadir el espacio de la otra persona. Pasamos, del “a mí me parece, o me gustaría, que quisieras esto que yo quiero/veo muy bueno”, al “tienes que querer/hacer lo que yo veo”. Y ya, el colmo es que te enfadas conmigo si no quiero/no veo lo mismo que tú. El ejemplo terrible y demasiado común en nuestra sociedad es el de cualquier “manada” o cualquier tío que se te acerca con intereses y que, por su inseguridad o por su incapacidad de aceptar un no, por su orgullo de machito o por lo que se haya metido, entiende como ofensa tu “no” a lo que te propone; la respuesta será violentarte, violarte, imponerse por la fuerza porque no distingue entre su voluntad y el límite puesto por la otra persona.
Tenemos todo el derecho del mundo a ver las cosas como las vemos. Es muy bueno escuchar a los demás en lo que ellos ven, porque así también aprendemos. Pero es preciso, después de todo ello, aprender a respetar los propios límites/deseos, así como los límites/deseos de los demás. Así nos hacemos libres: expresando lo nuestro, acogiendo lo que se da, también cuando no es lo que necesitamos/valoramos/queremos.
Por eso decía al principio que no nos perdamos esa gran enseñanza de lo visible. Mirando a las cosas que se ven (a cómo nos manejamos con la naranja y la manzana), aprendemos a respetar también los límites de lo que no se ve, que es más difícil de reconocer. Para ambos niveles, el visible y el invisible, rigen las mismas reglas.
Y aún algo más, como ejercicio concreto de lo que venimos diciendo de lo visible y lo invisible –hace falta practicar bastante para ver en lo invisible-, pero todo eso que sucede afecta a tu interior: si enjuicias a los otros, si te dedicas a invadir su espacio, como si te afincas en tu “no entiendo” cuando las cosas van más allá de lo que se ve/se puede comprender, serás tú quien empieces a deformarte… Pongamos un ejemplo ahora, no de manzanas y naranjas sino de nuestra propia vida: ¿te ha pasado estar en un lugar donde hay tensión en el ambiente, en un lugar en el que no se te esperaba, te ha pasado tener que estar en un lugar al que no querías ir? En esas situaciones, nuestra imagen exterior acusa el rechazo: en una persona será bloqueo, en otra será huida interior, otra manifestará agresividad o nerviosismo… modos distintos que tienen algo en común: cuando no estoy bien por dentro, mi interior lo acusa. Y lo mismo al revés: cuando lo que se ve no me hace bien, mi interior también acusa el golpe.
¿Probamos si esto es verdad? Sal a la calle. Mira a los ojos de las personas, y procura ver qué hay en sus miradas. Eso que ves te irá contando las cosas que han vivido, su lucha y sus fracasos, con más certeza que todo lo que te puedan contar.
Mirando a lo visible, llegamos a lo invisible. Comprendiéndolo, podemos aprender.
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Imagen: Andrii Podylnik, Unplash
Soraya dice
Buen día (en mi país -Venezeula- está comenzando el día).
En relación con el tema, creo que definitivamente en “lo invisible” entra en juego el libre albedrío de la persona a quien pretenden imponerle una acción u omisión, esa persona decidirá si le conviene o no lo que le propone la otra, según lo que su conciencia o experiencias pasadas, le indiquen como más apropiado para ella, y en ejercicio del libre albedrío dirá que sí o que no a la otra persona. Quizá para aquellas personas que sufren permanentemente del síndrome de la indecisión, será más difícil el proceso de escoger, y quizá, en muchas ocasiones se equivoque dejándose arrastrar por lo que el otro le aconseja, pero hasta en este caso, indudablemente también tuvo su parte decisiva el libre albedrío cuando la persona al plantearse las opciones decidió escoger la propuesta por el otro.
De modo que, lo más importante ante lo invisible es mantener nuestros deseos y necesidades como prioridad, escuchar sí los consejos y alternativas que otros puedan ofrecernos, pero sin dejar que nos influencien tanto como para hacer algo distinto a lo que según nuestros deseos y necesidades requerimos. En todo caso, particularmente prefiero preguntarle a Dios y dejar la decisión en sus manos, de un tiempo a esta parte me ha dado buenos resultados.
Gracias.
Teresa Iribarnegaray dice
Gracias por tu comentario, Sory