Seguramente, a lo largo de la vida has ido entrenando tu mirada para reconocer cosas: para reconocer una cosa fuera de sitio, una mancha que ayer no estaba, un raspón en la pared. No sabes desde cuándo lo haces así. Tampoco es que seas especialmente “maruja” y te encante todo lo de la casa. Se trata, más bien, de una respuesta que te permite mantener el orden sin tanto esfuerzo, y hace que estén bien las cosas que te rodean. Ves algo desordenado, y lo ordenas –igual no lo ordenas para que tu hijo aprenda o por ver si tu pareja ve que está ahí tirado… no vamos a entrar ahí, porque orden es también no salir de nuestro tema-.
Lo mismo te pasa con tu aspecto. No sabes desde cuándo, pero también chequeas cómo te ves y valoras cómo estás: si tienes que lavarte el pelo o esta chaqueta que te gusta tanto ya se ve muy gastada, o te ves más hinchada o con arrugas que no estaban la última vez, o… Lo ves, y decides qué tienes que hacer con ello. A veces es corregir eso que puedes corregir, aprender a valorarte porque aún te tratas tan duro, otras veces es dejarlo pendiente para mirarlo después, porque no sabes cómo hacer con eso.
Te he puesto dos ejemplos: uno está a tu alrededor, la casa o el entorno en el que te mueves. Otro viene contigo: tú misma cuando te miras o te reflejas en un espejo, o a veces, en la mirada de los demás.
Esto lo solemos hacer, ¿no es así? Igual en esto puedes mejorar tu respuesta para que no sea tan ansiosa, o tan exigente, contigo o con los demás. Pero tienes una atención más o menos entrenada sobre lo que te rodea y sobre ti misma, para que lo que puedes hacer no se te vaya de las manos.
Lo que vengo a preguntarte en este día es: ¿pones esta misma atención en ti misma, en ti mismo? Lo mismo que se cuela el polvo, que la pintura empieza a estar agrietada o que esta camiseta ya no vale para la calle y te das cuenta de ello porque te has entrenado para reconocerlo, así podríamos entrenarnos para las cosas de nuestra vida.
El fallo de un juez que pone en libertad por tecnicismos legales a unos violadores produce en ti una sensación de oscuridad, de amenaza, de tristeza.
La respuesta que das, o que no das, a esta persona que te hace una demanda que no vas a atender genera en tu corazón un dolor por lo que siente o puede sentir.
El esfuerzo, tantas veces fracasado, de intentar que te entienda esta amiga tan querida hace que se te cuele un rumor que sabe a cansancio, a soledad, a desaliento.
El hábito, que reconoces y no sabes parar, de mandarte mensajes negativos, hace que tu fondo sea de tristeza y te limita para todo lo que quieres intentar.
Tu facilidad para “entrar en bucle” cuando alguien te hace un comentario sobre este asunto que te duele/avergüenza/acompleja, separándote de la vida real durante unas horas, unos días…
El día que ha empezado mal y parece que va a seguir peor, porque no te has hecho consciente y te está dominando…
Esta persona cuya mirada te vuelve a hacer pequeña, cuya mirada te hace sentir que no sabes, que no vales, que no eres…
…
Tantas cosas que pueden pasar, que pasan en cualquier momento, y que necesitan también que estemos entrenad@s para reconocerlas. Porque si las reconoces como dañinas, como tóxicas, como perjudiciales para ti, estás en mejores condiciones para echarlas de tu vida. Mientras que si dejas que se cuelen –una mirada, una no mirada, un comentario, un silencio, un malestar sordo…- y no haces nada, te encuentras al final del día, del mes, del año con un peso de muerte que ya no sabes cómo arrancar de ti.
Este peso de muerte, te diré de paso, necesita de acciones mayores para resolverse. Los ejercicios espirituales de los que te hablaba en verano son una de esas acciones mayores: en ellos nos abrimos a Dios con todo lo que somos y experimentamos una liberación en profundidad. Seguro que hay otros medios, yo conozco este y sé que es muy bueno.
En el día a día, esa atención entrenada en reconocer qué entra en mí, qué es caricia y qué es amenaza, qué es para mí y qué es de la otra persona, me permite reconocer lo que no me hace bien. Si lo reconozco, sabré qué tengo que hacer con ello, como lo sé con el vaso que se cae y se rompe, con la mancha en el pantalón, con esta cara de cansancio…
Quizá sea hora de entrenarnos para reconocer lo que viene al propio interior del modo que lo hacemos con lo de fuera…
Y después, cuando aprendemos a reconocer lo que nos daña y empezamos a estar bien, podremos atender también a crecer con lo que nos pasa: esa propuesta que me hace temer pero que percibo que me ayudará a liberarme; el reto escondido en este favor que me piden; la caricia del sol, esta sonrisa o el vivir a la escucha, que te recuerdan otro modo de estar en la vida atendiendo a lo que importa, a lo que de verdad hay que atender…
Un entrenamiento que nos abre a escuchar lo que es, a atender a lo que se ve para dejarnos llevar por los rumores y destellos que no se ven, por la Vida…
Puedes descargarte el audio aquí.
Imagen: Nicolas Moscarda, Unsplash
Hola Teresa! Como siempre, genial tu artículo. Estamos terminando el curso y nos viene “como anillo al dedo”, porque en nuestra profesión de maestras lo de mirar al otro y corregir es fácil, pero mirarnos por dentro en nuestro dia a dia…
Gracias por estar ahi!
Es verdad, Mari Cruz. En la vida, en las cosas de nuestra vida, tenemos un tesoro en relación al vivir. El preguntarse por lo vivido, para vivir mejor, hace que la vida sea otra cosa… Un abrazo y buen descanso!