¿Te imaginas a un niño que apenas sabe correr sufriendo porque no juega al fútbol como Messi? ¿Te imaginas a un estudiante de primaria que se angustia porque no sabe cómo hará para aprobar en la universidad?
Sería preocupante, de verdad. ¡Un motivo para preguntarse por la salud mental de la criatura, incluso!
Sin embargo, nosotros lo hacemos de mayores. Ayer mismo me lo decía una persona de casi cincuenta años: “Yo no puedo vivir eso que Dios dice”, sin atender a que Dios no le está diciendo eso, sino un conflicto que le tiene revuelto mucho más de cerca pero que, con la excusa (inconsciente y todo lo que quieras) de lo que no puede vivir, no afronta.
Hace tres días otra persona, de más de cincuenta años, me lo decía de otra manera, al contarme cómo ha sido su relación con una persona cercana. Yo le confrontaba, diciéndole que, por su propio testimonio, lo que expresaba hace poco no concuerda con lo que ahora dice, y lo reconoce, pero así como volviendo a su versión, que le resulta más grata…
Esas ideas que nos hacemos, en el primer caso, relacionadas con lo que nos parece que la vida nos pide, que Dios demanda, que nosotros deberíamos… y que tanto nos hacen sufrir, conscientes de que no podemos, y olvidando que ni la vida, ni Dios, ni no se qué imperativos nos han pedido eso.
Otras veces nos hacemos una idea de cómo queremos que sean las cosas, y doblegamos los hechos, o los negamos, para hacer prevalecer nuestra idea, que hermosea la realidad, la hace más tolerable, o nos hermosea a nosotras.
Podríamos hablar del poder que tiene la mente en nuestra vida, de la necesidad de parar esas ideas y de abrirnos a la realidad, y realmente, sería muy bueno. Como esto ya lo decimos muchas veces, vamos a dar un paso más. Vamos a hacerlo.
Si eres de los que se hacen ideas de lo que crees que quieren los demás, prueba a ir un paso más allá y pregúntate qué pasará si dejas caer esas ideas.
Si eres de los que fabrican esas ideas para hacerse la realidad más bonita, prueba a vivir un ratito con la realidad tal como es.
Si eres de las que alimentan ideas para protegerse de la vida, date esta oportunidad.
Un ratito, así como un cuarto de hora. Por ahora, sin que se entere nadie. Seguro que al principio sientes incomodidad, temor, desagrado, desconcierto e incluso desvalimiento, según lo que esa idea te aporta. Permanece un poquito más, a ver si pasa alguna otra cosa: más allá de lo que conocemos no se acaba el mundo, sino que se abre una realidad mayor. Dicho de otro modo: no hay realidad más grande que la vida real, esa que está más allá de las ideas.
Por eso, prueba a ir más allá. El primer día un ratito, y sigue los días de después, un ratito cada vez, sin dejarlo. Si sigues, irás descubriendo que esa es una realidad más real. Y cuando te adaptes a eso, a respirar en esa realidad real, verás que tiene un atractivo, un dinamismo, una vitalidad que las ideas no tienen.
Empieza por encontrarte ahí, a solas, creando tu propio espacio. Y cuando seas más fuerte, díselo a los demás. Primero, solo a unos pocos, a los que no sea difícil contarles cosas, mostrarte tal cual porque te aceptan como eres. Con el tiempo hay que vivir siendo una misma, se enteren los demás o no, porque si guardamos en secreto el desde dónde vivimos, vivimos en secreto, y eso también nos limita. Pero eso es para otra entrada?
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Imagen: Fabio Comparelli, Unsplash
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