He estado leyendo unos consejos para cuando te haces una herida, y me han hecho pensar en nuestras heridas interiores, y cómo no, en el acompañamiento. Seguro que, como yo, de aquí ya deduces alguna cosa, ¿verdad? En primer lugar, la correlación que el cuerpo, los afectos y el espíritu. Una vez más, el cuerpo nos va a enseñar acerca de nuestras heridas invisibles (las de los afectos, nuestra historia, las heridas emocionales o espirituales…).
El enlace en el que me baso se titula “Qué hacer ante una herida” http://www.webconsultas.com/salud-al-dia/heridas/que-hacer-ante-una-herida-4548 y puedes consultarlo en esa dirección. Yo lo voy a comentar paso a paso, porque nos dará muchas claves acerca de tantas heridas que nos encontramos en la vida. Pongo entre comillas lo que dice el artículo y paso a comentarlo después.
“Si te dispones a curar una herida, ya sea propia, de un familiar o una persona de la calle, conviene que conozcas los pasos a seguir para hacerlo correctamente y evitar infecciones u otras complicaciones:”
Lo primero que dice en relación a las heridas son los pasos que hay que dar para ello. Sea una herida propia, de un familiar o de una persona de la calle, no se plantea la posibilidad de pasarla por alto, de ignorar la herida. Si en el cuerpo nos parece obvio que las heridas, propias o ajenas no se ignoran, ¿no te llama la atención la facilidad con la que aceptamos que nuestras heridas emocionales, afectivas, laborales, sociales, espirituales… las dejemos estar, sin cura alguna, o incluso tapándolas para que no se vean?
Vamos ahora a lo que dice el artículo. Tiene dos partes. La primera es “qué hacer ante una herida”, y luego dice “qué no hacer ante una herida”. Nosotros también vamos a usar esta división.
Qué hacer ante una herida
“Antes de actuar, es importante lavarse las manos con agua y jabón.” A nivel afectivo, existencial, espiritual… ¿también hace falta lavarse las manos con agua y jabón? Pues sí: al lavarte las manos, sacudes de ti toda la suciedad y desinfectas los gérmenes que tus manos, que tocarán la herida, pudieran contener. Cuando nos acercamos a nuestras heridas, también hemos de comenzar por aquí: por limpiarnos de gérmenes que pueden transmitirse a la carne abierta, a la herida que ya está bastante sucia… la primera medida es no contribuir con nuestros propios gérmenes al que ya tiene bastante con los suyos. Acercarnos con respeto, poniendo entre paréntesis lo propio, sería un buen resumen de esta actitud básica y prioritaria.
“Hay que observar si hay dolor, hemorragia, el tipo de herida que es y su extensión.” De nuevo, el segundo consejo sigue deteniéndose en la observación. No importa lo grande, lo aparatosa, lo terrible que sea la desgarradura que esa herida supone. Hay que observar antes de intervenir, porque sólo con esa observación atenta, amplia, que se hace cargo de la situación, es posible que la intervención consiguiente sea acertada. No se trata igual la herida reflejada en una queja puntual y espontánea, que un victimismo crónico o que el lamento de alguien que jamás expresa su dolor, por poner un ejemplo de heridas…
“Conviene conocer la causa para saber qué hacer: por ejemplo, las mordeduras necesitan atención médica no inmediata.” Fíjate que estamos en el tercero de los consejos de lo que hay que hacer con las heridas, y nuestro hacer sigue sin ser intervención activa, sino que permanecemos indagando en la valoración de la herida. A nivel invisible (las heridas físicas son el nivel visible, y las que estamos atendiendo aquí pertenecen al nivel invisible), también necesitamos conocer la causa para saber qué hacer. Por ejemplo, si escuchamos a una madre lamentarse porque sus hijos no la visitan, habrá que conocer la causa de ese hecho para valorar la causa y el origen de la herida (y de quién es la herida, en este caso). También nos permitirá ver si hay que actuar o no, y cómo.
“Observa la hemorragia: si la sangre es más oscura y sale a impulsos es sangre arterial, más grave. En ese caso acude rápidamente a un centro de salud para ser atendido.” Si la herida aún sangra, atención. Igual supera tus fuerzas lo que allí se encuentra. Hay heridas que no puedas curar por grave que parezca la situación, por urgente que sea el asunto: reconoce qué puedes y qué no, y orienta a la persona que tiene la herida (ya sabes: tú misma, alguien cercano o uno que te has encontrado en la calle) hacia el lugar donde le puedan ayudar.
Hasta aquí, todo es valoración de la herida, que nos permite hacernos cargo de la situación. Esto pasa en todas las heridas: una vez que localizas el daño, ya estamos caminando hacia la curación. Después del análisis, viene la intervención. Pero este análisis necesita tiempo, que se manifiesta como respeto, como distancia para observar, reflexión y amor para acercarse a la herida que queremos ayudar a sanar.
¿Tienes experiencia de algo -o de mucho- de lo que contamos aquí? ¿Qué has aprendido de la curación de las heridas? ¿Te han ayudado tus heridas a crecer como persona, a crecer como creyente? ¡Cuéntanoslo en los comentarios!
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